Testemuña do escritor norteamericano, tirado do seu caderno de viaxe Los inocentes en el extranjero (1869).
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Palestina viste arpillera y cenizas. Sobre ella empolla la magia de una maldición que ha agotado sus campos y vació sus energías. Donde otrora se erguían las cúpulas y las torres de Sodoma y Gomorra, aquel mar solemne anega ahora la planicie y en sus amargas aguas no hay nada que viva y sobre su superficie sin olas el aire que produce ampollas cuelga sin movimiento y muerto, junto a sus límites no crece nada fuera de malas hierbas y ramilletes de cañas dispersos, y ese fruto traicionero que promete refrescar los labios abrasados, pero se convierte en cenizas en cuanto se le toca. Nazaret se encuentra abandonada; sobre ese vado del Jordán donde las huestes de Israel entraron a la Tierra Prometida con cantos de alegría, uno encuentra sólo un escuálido campamento de los fantásticos beduinos del desierto; la maldita Jericó es una enmohecida ruina hoy, tal como la dejó el milagro de Josué hace más de tres mil años. Belén y Betania, en su pobreza y su humillación, no tienen nada ahora para recordarnos que alguna vez conocieron el gran honor de contar con la presencia del Salvador; el lugar reverenciado donde los pastores cuidaban a sus rebaños por las noches y donde los ángeles cantaron a la paz en el mundo y la buena voluntad para los humanos, está vacío de criaturas vivientes y no goza de la bendición de alguna cosa que sea agradable para la vista.
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La renombrada Jerusalén, el más majestuoso nombre en la historia, ha perdido toda su antigua grandeza para convertirse en una aldea paupérrima; las riquezas de Salomón ya no están allí para despertar la admiración de reinas orientales que visitan el lugar; el maravilloso templo que fue el orgullo y la gloria de Israel ha desaparecido y se yergue la media luna otomana sobre el lugar en que, en el día más memorable en los anales del mundo, erigieron la Santa Cruz. El famoso mar de la Galilea, donde en el pasado anclaron las flotas romanas y los discípulos del Salvador navegaron en sus barcos, ha sido reducido a un desierto por los devotos de la guerra y el comercio y sus orillas son un yermo desierto; Capernaúm es una ruina sin forma; Magdala es el hogar de árabes empobrecidos; Betsaida y Korazin han desaparecido del planeta y los «lugares desérticos» alrededor, donde miles de personas oyeron alguna vez la voz del Salvador y comieron los milagrosos panes, duermen en la quietud de una soledad habitada sólo por aves rapaces y escurridizos zorros. Palestina está desolada y desagradable. ¿Y por qué habría de ser diferente? ¿Puede la maldición de Dios embellecer una tierra? Palestina ya no pertenece a este mundo trabajador. Es sagrada para poesía y tradición, es una tierra de sueños.
Mark Twain "Los inocentes en el extranjero" (1869).
Mark Twain "Los inocentes en el extranjero" (1869).
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