EN DEFENSA DE ISRAEL
Por Marta Pessarrodona
Por Marta Pessarrodona
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Si me olvidase de ti, oh Jerusaléri, mi diestra sea olvidada Salmos, 137; 5
1. INTRODUCCIÓN
En mi viejo (literalmente) ejemplar (1870) de la Biblia, en versión Cipriano de Valera, justamente la página que contiene el salmo citado arriba está doblada, como muy usada, y no por mí. En general, mi asiduidad bíblica, digamos, es catalana, y no precisamente por nacionalismo, aunque mi recurrencia a Valera es constante, cuando deseo .impregnarme de un buen castellano, como siempre recomendaba alguien tan poco sospechoso de nacionalismo catalán como el poeta José Agustín Goytisolo, AEn cualquier caso, prefiero la versión catalana (Abadía de Montserrat) del salmo en cuestión, que reza, en una traducción de otra traducción, «Si olvidara Jerusalén, que se paralice mi mano derecha», si bien mantengo intacta mi admiración hacia Valera (¿un judío converso en tiempos de Inquisición? No es aquí ni el lugar ni la hora para detenerse en ello).
Recordé el salmo, lo releí, mi última vez en Jerusalén, en noviembre del 2000, cuando desgraciadamente tuve que observar la bella ciudad antigua desde lejos, desde el Mishkenot Shaananim (la traducción sería «moradas apacibles»), por el ejército israelí me impidió el paso, por temor a que me encontrara en un fuego cruzado. Meses antes, tiempo antes de la Segunda Intifada (concepto y realidad revisables, a mi juicio), la agente de mi compañía de viajes, que acompañaba a unos ejecutivos en viaje de negocios, aprovechó una tarde libre para dirigirse de Tel Aviv a Jerusalén, donde también le interceptaron el paso, por el peligro que corría. Una anécdota que siempre me ha impedido culpar a Sharon —por quien siento nula simpatía — de lo que se llama «Segunda Intifada». Anécdotas, naturalmente, que refuerzan en versión microcósmica la opinión del anterior primer ministro israelí, Ehud Barak, según la cual la famosa visita del actual primer ministro, Ariel (o Arik) Sharon a la explanada de las mezquitas, bajo las cuales, según los arqueólogos expertos, se encuentra el templo de Salomón, aunque lo niegue repetidamente el líder de la Autoridad Nacional Palestina (ANP, en adelante), fue una visita dirigida contra él, contra Barak, rival político, que debe su fracaso en las urnas, precisamente, a Arafat (o, al revés, Sharon le debe su triunfo). Por otra parte, entrando ya en el macrocosmos, existen hemerotecas (e Internet), y cualquiera — en especial quien lea la lengua árabe, que no es mi caso— puede acceder a las publicaciones periódicas —diarios, revistas— anteriores a la supuesta Segunda Intifada y se deleitará —o vomitará— con la incitación a la violencia en sus páginas, que podríamos resumir con el conocido eslogan «los judíos al mar», es decir, la absoluta negación del Estado de Israel para los judíos. En consecuencia, pongamos en stand-by, cuando menos, lo de «Segunda Intifada» («inti-fada», levantamiento popular espontáneo), y mejor hablemos de la «guerra de Oslo» o del «conflicto de Al Aqsa», como sugiere alguien.
Recordé el salmo, lo releí, mi última vez en Jerusalén, en noviembre del 2000, cuando desgraciadamente tuve que observar la bella ciudad antigua desde lejos, desde el Mishkenot Shaananim (la traducción sería «moradas apacibles»), por el ejército israelí me impidió el paso, por temor a que me encontrara en un fuego cruzado. Meses antes, tiempo antes de la Segunda Intifada (concepto y realidad revisables, a mi juicio), la agente de mi compañía de viajes, que acompañaba a unos ejecutivos en viaje de negocios, aprovechó una tarde libre para dirigirse de Tel Aviv a Jerusalén, donde también le interceptaron el paso, por el peligro que corría. Una anécdota que siempre me ha impedido culpar a Sharon —por quien siento nula simpatía — de lo que se llama «Segunda Intifada». Anécdotas, naturalmente, que refuerzan en versión microcósmica la opinión del anterior primer ministro israelí, Ehud Barak, según la cual la famosa visita del actual primer ministro, Ariel (o Arik) Sharon a la explanada de las mezquitas, bajo las cuales, según los arqueólogos expertos, se encuentra el templo de Salomón, aunque lo niegue repetidamente el líder de la Autoridad Nacional Palestina (ANP, en adelante), fue una visita dirigida contra él, contra Barak, rival político, que debe su fracaso en las urnas, precisamente, a Arafat (o, al revés, Sharon le debe su triunfo). Por otra parte, entrando ya en el macrocosmos, existen hemerotecas (e Internet), y cualquiera — en especial quien lea la lengua árabe, que no es mi caso— puede acceder a las publicaciones periódicas —diarios, revistas— anteriores a la supuesta Segunda Intifada y se deleitará —o vomitará— con la incitación a la violencia en sus páginas, que podríamos resumir con el conocido eslogan «los judíos al mar», es decir, la absoluta negación del Estado de Israel para los judíos. En consecuencia, pongamos en stand-by, cuando menos, lo de «Segunda Intifada» («inti-fada», levantamiento popular espontáneo), y mejor hablemos de la «guerra de Oslo» o del «conflicto de Al Aqsa», como sugiere alguien.
No obstante, y a pesar de mi debilidad bíblica, focalizar el Estado de Israel en Jerusalén sería un error, que admito plenamente. Es la capital del Estado de Israel, la sede de su parlamento, Kneset; es, además, la capital de todo cristiano —practicante o agnóstico, aunque suene a paradoja—, pero también, como sabemos muy bien, es una de las ciudades sagradas para la tercera religión monoteísta, la musulmana. Y es, como dice Shosh Avigal, ex concejal de la municipalidad de Tel Aviv, una ciudad fanática, Jerusalén, un museo, y concluye: «La gente no suele vivir dentro de los museos.» Gracias a Arafat, todo Israel es hoy un museo en el que la gente no puede vivir, como desgraciadamente comprobamos día a día. Además, la conocida frase «el año próximo en Jerusalén», que creo era un grito de los judíos desde el asedio en Masada, ha pasado a ser un eslogan muy práctico para el paradigma de político corrupto y autocrático, el terrorista — que en versión de la izquierda europea se reconvierte en activista— palestino Yasir Arafat, de quien se dice que, cuando sea mayor, quiere ser Saladino y, por tanto, reconvertir el Estado de Israel democrático en una especie de Imperio Otomano, con las consecuencias que todos los occidentales mínimamente leídos conocemos, y que no nos impiden hacer una dura crítica de las cruzadas cristianas del pasado. Pero Jerusalén, capital del Estado de Israel, insisto, con permiso del ex ministro de asuntos exteriores británico, Robín Cook, de la Gran Bretaña de Tony Blair, es —o se dice— también la capital del futuro Estado Palestino, democrático o no. (Por cierto, Cook, quintaesencia del «progre» europeo de los años sesenta, no reciclado, en un viaje oficial a Israel, al bajar la escalerilla del avión en el aeropuerto Ben Gurión, declaró, más o menos, que llegaba «a Jerusalén, capital del Estado palestino». Sin duda ni tan siquiera se había informado de que el aeropuerto en cuestión no se encuentra en Jerusalén propiamente. Obviamente, el primer ministro israelí no lo recibió.)
2. DEFENSA DEL ESTADO DE ISRAEL: PRIORIDAD ÍNTIMA
Defiendo la existencia y pervivencia del Estado de Israel por un mínimo sentido de ecuanimidad y sin exhibir ningún título. No voy a escribir si soy políticamente de centro, derecha, o izquierda, de la misma manera que no voy a manifestar si soy heterosexual u homosexual, rubia o morena, o si creo tener antepasados judíos (algo muy probable en la Cataluña de Isaac el Ciego de Gerona), pongamos por caso. Lo único que quiero manifestar es que, desde siempre, he seguido el camino para intentar —y no sé si lograr— ser una intelectual. Es decir, alguien que emplea el intelecto para entender el mundo que le rodea, con el añadido de que, en la medida de lo posible, habla sólo de lo que conoce en el grado que le ha sido posible conocerlo. Mi maestra en ello —sin siquiera pedirle yo permiso— es la escritora Susan Sontag, quien dice, por ejemplo, que si habla de guerras es porque ha sido testigo presencial de cinco guerras. He visitado el Estado de Israel (laboralmente, diría, si se recuerda que soy una escritora) en tres ocasiones: en 1995 (a los pocos días del asesinato de Isaac Rabin), en 1997 y, finalmente, en noviembre del 2000, es decir cuando el «conflicto de Al Aqsa», que tan tranquilamente la prensa española denomina «segunda intifada», ya presentaba gran virulencia. Por otra parte, en las actividades relacionadas con mi condición de intelectual, he invitado repetidamente a eventos que coordinaba a ciudadanos israelíes en igual proporción, es decir, árabes y judíos, así como a palestinos de los dichos territorios, así como a judíos norteamericanos y de otras nacionalidades. Asimismo, desde 1997 hasta la muerte de Pere Duran Farell, en el 2000, patrón en ese entonces de la Fundación Catalana de Gas que él creó, ideé y coordiné junto a la marroquí Aziza Benani, Grumedd, un grupo de reflexión de mujeres españolas y marroquíes. Una iniciativa que recibió total estímulo y apoyo del ya mencionado —y querido en el recuerdo— Pere Duran Farell, en un tiempo presidente de Gas Natural.
Muy anecdóticamente, podría hablar de unas vacaciones, en 1993, en Túnez, concretamente en un Sidi Bou Said donde me aparté repetidamente para que pasara el cortejo automovilístico lujoso de Arafat. O de mis dos cursos de lengua árabe en la Universidad de Barcelona o de lengua hebrea en la actualidad... Pero son anécdotas personales y carentes de interés. Insisto, quiero defender el Estado de Israel por ecuanimidad ante la injusticia mediática europea, con especial énfasis en la española y, también, en la catalana, lo que me resulta aún más incomprensible. Quiero defender el Estado de Israel, en especial después de las tres horas de conversación con el alcalde palestino de Nazaret (18 de noviembre del 2000), conversación en la que quedó muy claro que él, el alcalde, y los ciudadanos cuyos destinos regía, también palestinos en su mayoría, querían seguir siendo palestinos pero dependientes del Estado de Israel, no de la ANP. Una conversación en la que, no obstante, vertió graves acusaciones contra algunos soldados del ejército israelí.
Quiero defender, en la medida de lo posible, un Estado de Israel de árabes y judíos, aunque estoy resignada, como van las cosas, a 1947, a una antigua Palestina divida en dos Estados: uno para árabes y otro para judíos. Dos anécdotas como colofón a este apartado. Una de ellas la de una compañera de congreso, en 1997, en Tel Aviv, que me recordó que pertenecía ya a una tercera generación de palestinos de Tel Aviv. La otra, la de un compañero magrebí, concretamente argelino, exiliado en Francia, donde recibió un primer apoyo, precisamente^ de un judío francés, en mi primer contacto con el Estado de Israel (1995). Este compañero, en una de las sesiones, en Bet Gabriel, dirigiéndose a los israelíes judíos, entre los que se contaba el admirado poeta Yehuda Amichai, dijo, más o menos: «Amigos judíos, hagan ricos a los palestinos y se acabarán los problemas de convivencia.» Es algo que recuerdo a menudo, que he comentado, discutido con amigos judíos del país. Siempre con el deseo de tender puentes de comprensión, de paz.
3. DEFENSA DEL ESTADO DE ISRAEL: PRIORIDAD EUROPEA PERSONAL
Como catalana nacida en 1941, muy pronto en la vida decidí haber llegado al mundo, que se dice, durante la guerra (la Segunda Guerra Mundial), porque mi deseo de ser europea era superior, muy superior, al de ser la española de pasaporte que soy. Europa, en la mitología clásica, profusamente pintada, es una señora a lomos del minotauro que la rapta (en algunos cuadros, parece muy feliz por el rapto). En la realidad que he visitado es Auschwitz, Birkenau, Sachsenhausen y tantos otros campos de exterminio que he pateado, por lo que la primera vez que visité en Jerusalén el Yad Vashem casi no me impresioné, o sí. De ahí que cambiara mi nacimiento de la posguerra (Civil Española, 1936-1939) a tiempos de guerra (Segunda Guerra Mundial, 19391945). Con el tiempo, he añadido otro factor: mi incondicional admiración hacia el pensador Walther Benjamin y su suicidio en Portbou en 1940 (nació en el seno de una familia de judíos asimilados en Charlottenburg, Berlín, en 1892). Muy someramente recordaré que, huyendo de la Gestapo, atravesó a pie los Pirineos, a pesar de su dolencia cardíaca, junto con un reducido grupo guiado por Lisa Fittko (véase de esta autora Mi travesía de los Pirineos. Evocaciones 1940-41, Muchnik Editores, 1988), con el propósito de cruzar la España de posguerra hasta Portugal, y allí embarcarse hacia Estados Unidos, desoyendo la sugerencia de su gran amigo Gershom (o Gerhard) Scholem de que se trasladara a la Palestina de entonces, o, mejor, al protectorado británico allí establecido. El alcalde franquista de Portbou exigió al grupo de Fittko, en el que figuraba Benjamin, una elevada suma bajo amenaza de deportarlos a la Francia ya señoreada por la Gestapo hasta el sur. Walter Benjamin se suicidó aquella noche, y el alcalde franquista, impresionado, dejó pasar al resto del grupo. El cadáver de Walther Benjamin no fue reclamado por nadie. Quien podía reclamarlo estaba en un campo de exterminio. Su cuerpo fue a dar a la fosa común del cementerio de Portbou (como el de Mozart en la de Viena en el pasado). Por fortuna, hoy, la obra de Dani Karavan, Pasajes, conmemorándolo in situ, si no salda la injusticia, cuando menos le confiere el reconocimiento que puede otorgar el talento artístico. Además, sería bueno que todos los catalanes -y por extensión todos los españoles— recordáramos que, cuando en 1994 se inauguró el mencionado memorial, obra de Karavan, la obra había sido costeada en tres partes iguales: todos los Lünder alemanes, la Generalitat de Catalunya y el Estado de Israel. Consecuentemente, la inauguración corrió a cargo del presidente del Lana Baden-Würtenberg, el presidente de la Generalitat catalana y el entonces embajador de Israel en España.
En cualquier caso, si alguien quiere insistir en la falacia de que España y su gobierno (Franco) no participaron en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la entrevista de Hendaya entre dos de los fascistas de turno —Franco y Hitler—, que viaje hasta Port Bou, lea a Walther Benjamín y medite. No será un viaje en balde. En palabras del presidente catalán del momento, Jordi Pujol: «El monumento a Walter Benjamín, situado junto al cementerio de Portbou y cara al mar, quiere ser para todo el mundo un motivo de reflexión y de toma de conciencia.» Palabras que se ha llevado el viento para muchos catalanes, incluso para supuestos amigos míos.
No obstante, y a pesar de Adorno y su Mínima Morulla en la que pone en tela de juicio que, después de Auschwitz, sea posible la poesía (y soy poeta), sólo puedo explicarme el vergonzoso, en general, comportamiento europeo respecto al Estado de Israel, con especial mención a España, como una fuga de la culpabilidad para arriba, con el agravante, como tan acertadamente ha escrito Carlos Semprún Maura, de que ahora el antisemitismo es tanto de derechas como de izquierdas (personalmente, diría que es casi exclusivamente de izquierdas), a diferencia de lo que ocurría en aquel 1933 en que Hitler subió al poder en Alemania. La derecha española, en el poder mientras escribo este texto, se limita a comportamientos tan sorprendentes como organizar una cumbre europea en marzo, cuando España ejercía la presidencia de la Unión, en un hotel de Barcelona de capital mayoritario de la monarquía Saudí, regentado por un palestino nacido en Jerusalén, en principio, como buen director de hotel, un hombre muy educado, modales que no le impiden en periódicas
colaboraciones en la prensa catalana tergiversar totalmente la historia por lo que se refiere al Estado de Israel. Llegados a este punto, mi pregunta es: ¿qué titulares habrían figurado en la prensa española (y en emisoras de radio y televisión), caso de que la cumbre europea del señor Aznar se hubiera celebrado en un hotel de capital judío dirigido por otro israelí judío? Sin comentarios.
4. DEFENSA DEL ESTADO DE ISRAEL: PRIORIDAD BERLINESA TAMBIÉN ÍNTIMA
A principios de febrero de 1987, en un invierno insólitamente frío (en Berlín vivimos varios días a 25° centígrados), Karl Mund, director cinematográfico de documentales de la extinta (por suerte) República Democrática de Alemania (RDA), y su mujer, la pintora de origen catalán Nuria Quevedo, me inyitaron a visitar el cementerio judío de Weissensee, situado en el este de la ciudad, y por tanto en lo que entonces era la RDA. Creo que es el mayor cementerio judío de Alemania, porque en 1939, en Berlín sólo, vivían más de cien mil judíos. Como en tantos otros cementerios alemanes (y localidades varias del país), en la entrada figuran los nombres de todos los campos de exterminio y la admirable frase ritual: «Vesgess es niel» (No lo olvides). En las tumbas de Weissensee, en los cuarenta, en los años finales de la guerra, se refugiaron varias familias judías que habían escapado a la deportación, a partir de la lógica de que allí ni a la Gestapo se le ocurriría ir a buscarlos. En la nieve de aquel helado febrero de 1987 y ante las lápidas en las que, debajo de los nombres de los difuntos, suele aparecer Berlín, fecha, Auschwitz (o Birkenau o Sachsenhausen o Ravensbruck, etc.), 1940 y algo, personalmente eché en falta la lápida de Walther Benjamín, para mí un judío berlinés indudable. Como digo en un poema de mi libro Homenatge a Walter Benjamín (1988; existe versión castellana del 2002), empecé a preguntar al Mediterráneo...
Un Mediterráneo, mar ensangrentado, que incluye a esta España entera (el concepto de «mediterráneo», según historiografía válida, se extiende hasta donde llegaron los romanos; por tanto, Segovia, pongamos por caso, también es una ciudad mediterránea), actualmente amnésico cuando se enfrenta al Estado de Israel y permite, entre muchos otros permisos, que un palestino encabece una manifestación en Madrid y manifieste impunemente, al término del encuentro, ante las cámaras de televisión, que, en definitiva, ellos, los palestinos, quieren echar al mar a los judíos, como ya hizo en el pasado Europa (!). Sin comentarios.
Un Mediterráneo donde se cobija a los terroristas que profanaron —a ojos cristianos— la basílica de Belén al entrar armados en ella, y cuyo castigo consiste en unas vacaciones pagadas en nuestra geografía ibérica (paradero desconocido, eso sí), mientras juzgamos a los terroristas etarras y los encerramos dentro de la lógica de un Estado democrático. Una democracia que no aplicamos —o sería mejor decir •«aplican»— los/las comentaristas que reducen al terrorista palestino a «activista» — , subvirtiendo toda regla lógica, por no hablar del respeto a la ecuanimidad.
5. DEFENSA DEL ESTADO DE ISRAEL: NO A SHARAFAT TAMBIÉN ÍNTIMO
Mi defensa de Israel parte en parte, valga la redundancia, de un casi antiguo texto del admirado escritor israelojudío Amos Oz, publicado en The New York Review of Books (4 de abril, 1996), titulado «Carta a un amigo palestino», que principia así: «Israel es mi patria; Palestina es la vuestra. Cualquier persona que se niegue a vivir con estas dos afirmaciones o está ciego o tiene mala fe.» Este texto fue escrito a tres años de los Acuerdos de Oslo. Por cierto, también Amos Oz es, según mi información, quien acuñó el término «Sharafat», porque, como mucha gente, entre la que me incluyo, no cree que Sharon sea la solución ni mucho menos Arafat. Ciñéndome, no obstante, al párrafo citado, defiendo al Estado de Israel y reclamo un Estado palestino que, en el momento de pergeñar este texto, ya existiría si Arafat hubiera antepuesto el amor por sus subditos a su codicia personal y sed enfermiza de poder. Si la izquierda europea en general no le hubiera aplaudido sin criterio (a Arafat) y sin control. Si los media occidentales en general no hubieran tergiversado la realidad, tergiversación que deja entrever una judeofobia no ya latente sino activa. Si algunos escritores occidentales, el paradigma de los cuales es un «payaso» laureado, que recorrió el mundo buscando apoyo hasta conseguir el preciado laurel, no hubiera cometido la infamia (¿o acaso es analfabetismo?) de comparar la acción de Yenín con Auschwitz. Poco se podía esperar de alguien que en ficción proponía desgajar de Europa toda la península Ibérica porque, según su ficción, los ibéricos sólo hemos recibido desplantes de Europa (!), una ficción que hubiera encantado al «defuntiño» español y sus secuaces, hoy redivivos, que nos machacaron con aquello de «españolizar Europa». Diría, en la línea de Oz, que este autor no está ciego sino que tiene mala fe.
En definitiva, defiendo al Estado de Israel porque él pueblo judío por fin, en 1948, después de siglos de expulsiones, persecuciones y genocidios, que no pueden negar ni los ciegos ni los de mala fe, consiguió un Estado precisamente donde le correspondía. Una consecución que no me impide ser absolutamente crítica con acciones de dicho estado, el de Israel. En este orden de cosas, a pesar del mérito indudable de Sharon, que mantiene en su gobierno a elementos dispares y en puestos clave (me refiero, claro, a Peres y Ben Eliezer), que conforman la realidad de la ciudadanía israelí, si alguna solución puedo entrever es un cierto túnel del tiempo que me lleva a Camp David y Taba, a Ehud Barak, cuya caída, gracias a Arafat, me hizo pronosticar (y no me siento sibila) que, en unos diez años, sus tesis triunfarían, aunque la comprensión entre árabes y judíos suponga la comprensión entre la Edad
Media y el siglo xxi. Mientras, no obstante, muertes y más muertes de inocentes, judeofobia en alza, caos...
6. COLOFÓN: INTIMIDAD CASI OBSCENA
Si Internet y su correo electrónico no existieran, desde septiembre del 2000, por lo que a mí respecta, tendría que inventarse. Las respuestas de mis amigos israelíes a mi requerimiento, durante semanas a diario, de noticias sobre su situación (naturalmente, ante la acción de un «shajid», cuya familia recibe la debida remuneración, distinta si tiene éxito, es decir, si mata a inocentes ciudadanos israelíes, y no siempre exclusivamente judíos, o si sólo muere él o, desgraciadamente, ella) me han procurado una correspondencia en ocasiones inverosímil, como la de la amiga palestina, una novelista, que me cuenta de los orines de los soldados judíos en los vasos de plástico para el café de máquina en una escuela. Digo inverosímil porque conozco, quizá, a una veintena de soldados de ambos sexos, hijos de amigos míos, que cumplen su servicio militar porque su país, desde su creación, necesita defensa. ¿O no? Son tan militares como mi padre fue teniente de la República española. Mi padre era hijo de ganaderos, que debían matar de madrugada al ganado que les sustentaba, para que el niño pequeño, mi padre, no berreara.
Otro tipo de correspondencia es conmovedora y siempre judía. Transcribo (sin pedirle permiso) un fragmento de un mensaje de correo electrónico de una amiga mía de origen español y actual jerusalemita, Aldina Quintana. Lo recibí después del atentado de la Universidad Hebrea del 31 de julio de 2002, y era respuesta a mi pregunta, desgraciadamente ritual, «¿estás bien?». Entre otras cosas me decía:
Dentro de la tristeza que siento por todo lo que está pasando, te aseguro que estoy bien. Aquí aprende uno de todo, hasta mantener la calma en los momentos más crueles. Pero, no hay otro remedio. Yo me convertí al judaismo en un momento de paz relativa. Nunca olvidaré cuando los rabinos me dijeron: «pero sabes que somos un pueblo con una historia terrible. ¿Crees que podrás con ello?» Contesté que sí y ahora compruebo que estaba realmente convencida de ello. Por eso estoy aquí y continúo estando aquí. Digan lo que digan, si en el mundo que nos toca vivir todavía existe un poco de moral, entre los judíos existe. Lo que este pueblo tolera, ninguno más podría hacerlo. Lo que este pueblo soporta, ningún otro tendría fuerza para soportarlo. Y el que está con este pueblo, sea o no judío, es porque todavía tiene moral, es tolerante y posee un espíritu fuerte. ¿O no lo pones tú de manifiesto cada vez que escribes todo lo que escribes? Podemos dar gracias a Dios de contarnos entre los que aún poseen estas cualidades. Por lo demás, procuro escribir mi tesis todos los días, tener buenas relaciones con todas las personas que conozco y estar contenta. Ahora es cuando más hay que pensar en el amor a los padres, a los amigos, a los vecinos y a Dios, para que esta guerra no nos devore. Todos los días leo Salmos por unos minutos. ¡Es algo maravilloso! Espero haberte convencido de que estoy realmente bien, aunque triste, lo cual también es normal.
También yo estoy triste al escribir este texto y pido a no sé quién que me dé fuerzas para seguir el ejemplo de mi amiga Aldina. Releo los Salmos, veo en la imaginación la ciudad que discute eternidad —según Jorge Luis Borges— con mi muy amada Santiago de Compostela (en catalán la llamamos «Sant Jaume de Galicia») y, en versión Valera, entono: «Si me olvidase de ti, oh Jerusalén, mi diestra sea olvidada.»
Texto incluído no libro colectivo: "En defensa de Israel" de Ediciones Certeza
Comentarios
Un gran libro y unos grandes artículos. Lo compré hace unos meses y lo leí casi de tirón. Especialmente me gustaron los artículos de Marcelo Birmajer, Jaime Naifleisch, Gabriel Albiac,Daniel Laks Adler y Joan B. Culla.
Por cierto, ¿sabes si existe algún blog similar al tuyo pero en lengua catalana?. Es por simple curiosidad. 1 Saludo!